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Ciertas edades nos brindan a los seres humanos, la capacidad de elegir como queremos ser tratados en todos los aspectos de nuestra vida; vamos llegando a un punto en el que adquirimos un estilo propio al hablar, actuar, pensar, y obviamente en nuestra apariencia.
Esta "libertad" consecuente de los años, al mismo tiempo nos llena de una cierta calma; no nos preocupamos por aparentar, sino por sentirnos bien con nosotros mismos.
Hasta en el amor, nos tomamos el tiempo de seducir y dejarnos seducir; ya no hay prisas, solo el disfrute de cada momento, cada detalle, cada espacio, cada día... Sabemos que la vida es corta y por lo tanto, solo nos preocupa vivir analizando cuidadosamente cada paso que damos, tratando de que nuestros errores sean cada vez menos, más fáciles de sanar y con más ímpetu continuar.
Esa es la gran diferencia con la juventud impulsiva, sin reglas, corriendo detrás de un no sé qué... que no lleva a ningún lado; solo pensando en vivir momentos, sin consecuencias y pagando más adelante algunas de ellas, que muchas veces quedan marcadas toda una vida. Quieren vivir de apariencias, cueste lo que cueste; el sexo es simplemente diversión, y si es muy frecuente, lo denominan "pareja" para darse cuenta más tarde, que no era amor, ni era nada.
Los jóvenes de hoy, no saben lo que es conquistar; las chicas se dedican a exhibirse cual ganado en feria, y los chicos simplemente se limitan a decir: "Vamos a la cama". Los bailes y la música no tienen letra, sino repetición de frases vulgares y sin sentido; los bailes se convierten en un roce de genitales, para terminar en intercambios sexuales llenos de toda irresponsabilidad.
La sensualidad es confundida con vulgaridad y desnudismo; el romance, la conquista y la seducción, son palabras y actos inexistentes; la composición de una pareja en su mayoría, es solo sexo sin pensar en el mañana, ni en las responsabilidades, viviendo el hoy descontrolado.
Por eso me alegro de estar en un punto, en el que me reservo el "derecho de admisión" en todos los aspectos de mi vida; y en el que cada acto no depende de lo que me falte o no por vivir, sino en el bienestar y en la plenitud que me produzca.